jueves, 1 de abril de 2010

De puños y pocas letras

“Anda al grano”, “decime lo que me tenés que decir y punto”, “hablame sin vueltas”, “¿por qué usas esas palabras?”...

Frases como estas nos han restringido a quienes nos gusta escribir, o también hablar, haciendo el mejor uso posible de la lengua que nos tocó hablar. No es que esta restricción haya sido completamente voluntaria, creo yo, más bien surge de un proceso interno en juego con un contexto que le ha quitado valor a las palabras.
No quiero decir con esto que haya una manera “correcta” o “ideal”de hablar, simplemente he notado que con el paso del tiempo la gente prefiere gastar menos tiempo en pulir, modificar o simplemente prestar atención a cómo dice lo que dice.

Si hay algo particular, que he vivido hasta mis primeros años de la adolescencia y añoro completamente, son las cartas manuscritas. Desde el arte y la peculiaridad de la grafología individual, hasta la elaboración del texto en sus infinitas posibilidades, hacen de este medio una de las formas más singulares de expresión. Pensar el tema, escribir, borrar, volver a escribir, tratar de ser lo más específico posible para que el otro entienda, elegir finales abiertos o cerrados, una numerosa cantidad de procesos se ponían en juego a la hora de construir el mensaje sobre el papel. Desde la recepción se podrían nombrar: la espera, el seguimiento del desarrollo del texto, la identificación de la caligrafía con el emisor. Hay un gran estímulo por este lado de la comprensión simbólica (debe imaginarse qué quiso decir, especialmente si hay metáforas o juegos de palabras). Todas estas cuestiones todavía encuentran cauce, aunque tal vez mediadas por otros dispositivos tecnológicos y avaladas por otros tipos discursivos. Con esto quiero decir, que muchas tipologías han desaparecido o se han transformado en otras. Por ejemplo, el tipo de discurso “carta de amor” ha ido derivando en otros: mail, mensaje de texto, blog, papelito pegado con imán en la heladera, etc... cada uno con sus particularidades y formas internas (no es lo mismo escribir un mail o postear en un blog, el texto se construye de maneras distintas).
Pero ese cambio no creo que se haya producido solamente por un salto en el dispositivo (papel-PC) sino también por la concepción del tiempo y por el valor que se les da a las palabras. Hoy en día, hasta parece ridículo que alguien dedique su tiempo a escribir una carta con sus propias manos, a decorar las frases, a exprimir las letras hasta encontrar la mejor forma, por supuesto desde la subjetividad, de decir lo que quiera. ¿Será que cada día se intenta pensar menos?, ¿En pos de qué limitamos el lenguaje a un par de frases hechas y situaciones previstas? Podría dar miles de opiniones, pero realmente no tengo las respuestas. También sería fundamental analizar estas cuestiones desde lo político-cultural, la valoración de las formas de comunicarnos van cambiando a lo largo de la historia, a causa de muchos factores que atraviesan lo social. Pero no cuento con los conocimientos necesarios para hacer un desarrollo histórico, eso sería parte de una investigación muy pertinente. Simplemente mi intención es señalar la pérdida, el recorte, la síntesis, que noto se ha producido en el uso de la lengua.

Quizás estemos atravesando un momento particular en la comunicación directa, una transición hacia otras nuevas formas. No por nada se está privilegiando lo icónico. Estamos inmersos en un tráfico de imágenes constantes, TODO trae una cámara “por las dudas si me quiero sacar una foto”, el intercambio en una conversación casi siempre está mediada por imágenes, las redes sociales hacen culto a la imagen. Y estas imágenes, en su mayoría, guardan una relación directa con su referente: lo importante es mostrar “de una”, “ir al grano”, “para qué hablar si así se entiende”. ¿Se tratará de un pasaje que deje atrás lo simbólico? Espero que no. Espero que la gente siga escribiendo, y que al que no le guste se proponga intentarlo. Espero que el mundo se llene de metáforas como juegos y como aprendizajes. Espero que todos valoremos el placer de usar la lengua, de modificarla, resignificarla. Todavía hay muchos signos esperando ser construidos.


Y por supuesto espero que NUNCA dejemos de escribir cartas.







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