domingo, 14 de noviembre de 2010

Me mata tu mirada, me mata!

Día de mierda, de los predecibles, pero aún así, día de mierda. Además de no poder controlar mi mal humor, destilando cuanta ironía suba hacia mi boca desde las entrañas, tengo como una especie de “capa absorbente” (que en un comercial de toallitas sonaría muy bien) para el mal humor generalizado. Hoy estaba en uno de esos momentos. Al borde del grito/llanto, porque las mujeres a todas las emociones incontrolables le adherimos unas lagrimitas, seamos sinceras, decidí bajar a fumar un cigarrillo para despejarme. En microcentro, claro está.
Después de tragar algo de humo para aclararme, vaya paradoja, salí a caminar un poco a mirar vidrieras. Cuando estoy fastidiosa trato de evitar las casas de ropa o zapatos sencillamente porque me da aun más rabia de la que ya llevo: cosas hechas para cuerpos perfectos, boludeces de 300 mangos, la cara de “uy me sorprendieron mirando el amanecer mientras posaba en ropa interior” de Jesica Cirio, en fin... todo iba a ser leído en ese tono, así que, para evitar discusiones internas, decidí, como otras veces, visitar la mega-hiper librería que queda a la vuelta del trabajo. Es una de esas cadenas de librerías grandes, donde no sabes si estás entrando a un shopping, a una biblioteca, a una disquería o a todo eso junto, pero con “estilo”. Los libros están esparcidos en góndolas, cual viaje de supermercado, separados por temas (esto da para otra publicación pero he encontrado agrupados libros que son inconciliables bajo un mismo título). La mayoría están apilados, uno va, los agarra, los da vuelta, lee la contratapa aunque sabe que no sirve para nada, se entretiene, bah... por lo menos yo lo hago, hasta que llega el GRAN momento del pequeño paseo furtivo: encuentro el libro que “tal vez” sea el próximo a leer. En verdad el tal vez viene después porque en ese momento es EL libro, interesante, atractivo, seductor, completo... más cualidades de las que podría tener un tipo que te gusta. Estaba leyendo sus primeras páginas (odio empezar por la contratapa, mentirosa, marketinera y hasta quizá escrita por alguien que no lo leyó entero, no es así en todos los casos obviamente... pero así sucede), acariciando su caja, perdiéndome en sus colores, en su olor a tinta y papel y sobre todo en sus palabras, en sus ideas apenas esbozadas... cuando de repente zas! Ahí apareció, lento, cabizbajo, camisita blanca, corbatita azul, pantaloncito gris (diminutivo porque era pequeño y al parecer bastante pelotudo también) nuestro querido empleado de stand. Ni siquiera se cómo se los nombra! Y no me importa, porque para mi es un garca, un interruptor de momentos felices, alguien que le pagan no solo para vigilar los libros (y a vos) sino también para cortar la relación casi erótica lector-libro, básicamente, un cortapolvo. Yo ya lo olía venir, despacio, haciendo que nadie lo ve, pero por favor! Caminaba con las manos agarradas por atrás! Es obvio que alguien que camina así se está haciendo terriblemente el boludo! No quise demostrar que advertí su presencia, intenté seguir como si nada... pero claro, su sola actitud observadora de rapiña me lo impedía. Sentía su mirada recorriendo cada uno de mis inocentes movimientos. Su mirada, una provocación a mi cometido...
Agarré otro libro como para no darle la razón, como para que se sienta al pedo y no justificar su trabajo. Leí otra cosa, una pelotudez enorme, más bronca me dio! En eso se me agotaba la última esquirla de placer! Lo cerré y me fui.
Seguramente este protoinspector de posibles figuras del delito, haya seguido observándome mientras me iba, pero por el amor de dios! A quién se le ocurre que querría robarme un libro! Primero, porque podría pagármelo, mi aspecto de empleada administrativa lo delata, segundo porque, de agarrarme un ataque cleptómano dónde lo hubiera llevado? No llevaba cartera, ni bolsa, ni mucho menos un abrigo, hace calor, a gatas llevaba el celular y las llaves en la mano porque no tenia bolsillos, no conforme con eso, llevaba tacos, no hubiera podido correr ni dos metros hasta la puerta que... qué tenía?? Alarma! Si señores! El detector automático del robo! Pero claro, si fuera Sherlock Holmes o agente de la KGB no hubiese estado ahí, en ese preciso momento, para cagarme la existencia. Y además, qué tiene si me llevo el puto libro!!! Con eso no puedo robar un banco o matar a alguien o incendiar un hospital!! Esa es la manera en la que se cuida a la “educación” y a la “cultura”? Mon dieu!
Mejor, vuelvo otro día.

jueves, 1 de abril de 2010

De puños y pocas letras

“Anda al grano”, “decime lo que me tenés que decir y punto”, “hablame sin vueltas”, “¿por qué usas esas palabras?”...

Frases como estas nos han restringido a quienes nos gusta escribir, o también hablar, haciendo el mejor uso posible de la lengua que nos tocó hablar. No es que esta restricción haya sido completamente voluntaria, creo yo, más bien surge de un proceso interno en juego con un contexto que le ha quitado valor a las palabras.
No quiero decir con esto que haya una manera “correcta” o “ideal”de hablar, simplemente he notado que con el paso del tiempo la gente prefiere gastar menos tiempo en pulir, modificar o simplemente prestar atención a cómo dice lo que dice.

Si hay algo particular, que he vivido hasta mis primeros años de la adolescencia y añoro completamente, son las cartas manuscritas. Desde el arte y la peculiaridad de la grafología individual, hasta la elaboración del texto en sus infinitas posibilidades, hacen de este medio una de las formas más singulares de expresión. Pensar el tema, escribir, borrar, volver a escribir, tratar de ser lo más específico posible para que el otro entienda, elegir finales abiertos o cerrados, una numerosa cantidad de procesos se ponían en juego a la hora de construir el mensaje sobre el papel. Desde la recepción se podrían nombrar: la espera, el seguimiento del desarrollo del texto, la identificación de la caligrafía con el emisor. Hay un gran estímulo por este lado de la comprensión simbólica (debe imaginarse qué quiso decir, especialmente si hay metáforas o juegos de palabras). Todas estas cuestiones todavía encuentran cauce, aunque tal vez mediadas por otros dispositivos tecnológicos y avaladas por otros tipos discursivos. Con esto quiero decir, que muchas tipologías han desaparecido o se han transformado en otras. Por ejemplo, el tipo de discurso “carta de amor” ha ido derivando en otros: mail, mensaje de texto, blog, papelito pegado con imán en la heladera, etc... cada uno con sus particularidades y formas internas (no es lo mismo escribir un mail o postear en un blog, el texto se construye de maneras distintas).
Pero ese cambio no creo que se haya producido solamente por un salto en el dispositivo (papel-PC) sino también por la concepción del tiempo y por el valor que se les da a las palabras. Hoy en día, hasta parece ridículo que alguien dedique su tiempo a escribir una carta con sus propias manos, a decorar las frases, a exprimir las letras hasta encontrar la mejor forma, por supuesto desde la subjetividad, de decir lo que quiera. ¿Será que cada día se intenta pensar menos?, ¿En pos de qué limitamos el lenguaje a un par de frases hechas y situaciones previstas? Podría dar miles de opiniones, pero realmente no tengo las respuestas. También sería fundamental analizar estas cuestiones desde lo político-cultural, la valoración de las formas de comunicarnos van cambiando a lo largo de la historia, a causa de muchos factores que atraviesan lo social. Pero no cuento con los conocimientos necesarios para hacer un desarrollo histórico, eso sería parte de una investigación muy pertinente. Simplemente mi intención es señalar la pérdida, el recorte, la síntesis, que noto se ha producido en el uso de la lengua.

Quizás estemos atravesando un momento particular en la comunicación directa, una transición hacia otras nuevas formas. No por nada se está privilegiando lo icónico. Estamos inmersos en un tráfico de imágenes constantes, TODO trae una cámara “por las dudas si me quiero sacar una foto”, el intercambio en una conversación casi siempre está mediada por imágenes, las redes sociales hacen culto a la imagen. Y estas imágenes, en su mayoría, guardan una relación directa con su referente: lo importante es mostrar “de una”, “ir al grano”, “para qué hablar si así se entiende”. ¿Se tratará de un pasaje que deje atrás lo simbólico? Espero que no. Espero que la gente siga escribiendo, y que al que no le guste se proponga intentarlo. Espero que el mundo se llene de metáforas como juegos y como aprendizajes. Espero que todos valoremos el placer de usar la lengua, de modificarla, resignificarla. Todavía hay muchos signos esperando ser construidos.


Y por supuesto espero que NUNCA dejemos de escribir cartas.







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